02. Alba y Julia
El plato de porcelana barata se había vaciado muy lentamente, ya solo quedaban dos largos hilos de zanahoria blanda y fría, que aún desprendía un poco de olor a menta.
—Vamos, Alba. Termínatelo. Llegas tarde a clase de inglés.
—¿No puedo dejarla? —se quejó Alba—. No me gustan las zanahorias, están blandas y saben…
—Solo tienes que acostumbrarte al sabor. Vamos —la paciencia de Julia la había aprendido gracias a las comidas con su hija. Se preguntaba si su mal paladar lo habría heredado de su padre; era difícil saberlo, esa información los médicos no la facilitaban.
Alba cogió a la vez los dos trozos y, aguantando la respiración, se los metió en la boca, los aplastó contra el paladar con fuerza y los tragó, casi como un medicamento amargo. Julia le retiró el plato y lo metió en el lavavajillas.
Pareció entonces que se había activado un programa automático en la madre, que salió de la cocina y cogió su abrigo, se lo puso, revisó el contenido del bolso y guardó las llaves, se lo colgó en el brazo y cogió la mochila de extraescolares y el abrigo de Alba.
—Lávate la cara y los dientes, nos vamos ya.Julia aprovechó para mirar el móvil: dos correos por contestar, un Whatsapp de su madre y quince en grupos de amigos; los ignoró a todos y guardó el móvil en el bolsillo.—Alba…
—¡Voy! —sonó la voz de la niña desde el baño. Un minuto después, todavía con las manos húmedas, se estaba colgando la mochila a la espalda.
Salieron del piso y bajaron al aparcamiento por el ascensor, Julia notó que le vibraba el móvil. Un maldito mensaje nuevo.
Julia suspiró profundamente. Ambas se metieron en el coche.
—Ponte el cinturón.Salieron del aparcamiento y pararon en el primer semáforo en rojo, Julia aprovechó para sintonizar algún programa de tertulia en la radio.
—Mamá, ayer conocí a un chico en el parque.
—Ah, ¿sí? ¿Cómo se llama?
—No lo sé —le confesó Alba—. No quiso jugar conmigo.
—¿Te dijo algo?
—Que me fuera. Se pasó toda la tarde solo.Julia asintió y apretó el acelerador cuando el semáforo pasó a verde. Dejó pasar a un autobús y giró en el siguiente cruce.
—Bueno, háblale hoy. Tal vez ayer tuvo un mal día. Iré a recogerte sobre las seis y media al parque, si te quedas sola…
—Me voy al bar de la esquina, me pido un chocolate y me pongo a hacer los deberes —respondió, como recitando un rosario, Alba.
Julia paró el motor y esperó a que Alba se bajara, delante de la academia. Mientras esperaba a que entrase, cogió el móvil. Seis correos por contestar, un Whatsapp de su madre, sesenta mensajes en grupos de amigos, dos llamadas perdidas y un mensaje de Roberto: «llegas tarde».
A Roberto fue al único al que respondió: «llego en 10 minutos, te debo un café», luego dejó caer el móvil por la ventanilla abierta del coche. Arrancó y desapareció por la tercera calle de la derecha.