04. Roberto y Fernando
Cerró la puerta procurando no hacer demasiado ruido. La camisa la llevaba mal abrochada y los zapatos, en la mano. Toda precaución era poca, a las 23:30 h Roberto estaría dormido, tenía el sueño ligero y no quería despertarlo.
Fernando dejó los zapatos al lado del mueble donde abandonó la cartera y las llaves, se miró al espejo y se peinó un poco, casi como una costumbre. Mientras se dirigió al baño, terminó de quitarse la camisa, que olvidó en el bidé, y se desabrochó los pantalones.
Después de librarse de la carga de la última cerveza, bebió agua y se fue a la habitación. La puerta cerrada revelaba, por debajo, un hilo de luz suave y cálida. ¿Acaso Roberto seguía despierto?
Abrió la puerta y se lo encontró leyendo, sin pedir permiso ni saludar entró, Roberto tampoco dejó de leer inmediatamente, terminó primero el último párrafo que tenía a medias, luego cerró la carpetilla marrón y miró a Fernando, tapándose hasta los hombros con el edredón.
—Llegas antes de lo habitual —observó—, ¿ha pasado algo?
—No, que va. Solo estaba cansado.
—¿Cansado? ¿Tú? —se sorprendió Roberto, y no evitó ocultar su tono burlón—. Igual te estás haciendo mayor.
—¡Anda ya! Que no es eso, mañana tengo que madrugar. Tengo un ensayo.
—¿Un ensayo? —inquirió Roberto, le extrañaba. La compañía de Fernando estaba a mitad de temporada, las épocas de ensayos largos habían pasado y Fernando no se tomaba demasiado en serio las horas anteriores a las dos de la tarde.
De hecho, de no ser por su carisma, talento y dotes interpretativas (algunos decían que innatas), hace mucho que lo hubiesen echado de su compañía por insufrible. Fernando tenía ese «algo» tan deseado por muchos artistas, en él era algo natural.
—Sí, una sustitución —aclaró—. Carlos se rompió la pierna y el sustituto se ha marchado esta tarde. Ya hay nuevo actor para el papel, pero no quieren cancelar y el nuevo necesita unos días… como me estrené en ese papel, me han pedido que lo haga durante unas semanas hasta…
—Espera, ¿Carlos no estaba en la obra de las siete? La tuya comienza a las ocho y media, ¿no?
—Sí…
—¡Eso es una paliza!
—Joder, Roberto. No exageres…
—¿Qué? ¿A ti en tu papel te van a sustituir?
—No… —contestó Fernando, poniendo los ojos en blanco.
—Te vas a…
—Roberto, cariño —le cortó Fernando antes de que le calentara más la cabeza—. No te preocupes, solo serán un par de semanas, de verdad. Además, el dinerillo extra nos va a venir de perlas.
—Ya, sí… supongo, pero…
—Pero nada —Fernando fue tajante—. ¡Ay!, Roberto. Sarna con gusto no pica y cuando comenzamos a salir ya sabías… cómo soy. No te preocupes tanto, puedo con los dos personajes.
Fernando se metió en la cama y le quitó el expediente a Roberto de encima, lo dejó sobre la mesilla de noche. Le besó y se acurrucó a su lado, mirándolo mientras le acariciaba la barba de dos días que se estaba dejando. Le gustaba.
Suspiró y, en una de sus poses teatralizadas, fingió desesperarse al no recibir una respuesta a la pregunta que no le había hecho.
—¡Bueno, caballero! Y tú, ¿qué? ¿Qué tal tu día? ¿Cómo es que sigues despierto? Cuéntame, cuéntame tú…
—Estaba repasando. A una amiga le han cerrado el negocio, puesto una multa y, hasta que no pague, no la dejan volver a abrir. Lo peor es que es simbólica, pero es cabezota y se niega a pagar. —Se restregó los ojos cansados con las yemas de los dedos—. No sé cómo ayudarla.
—Jo, lo siento. No sé qué decirte, la verdad —se sinceró Fernando, mientras se pegaba más a él y le abrazaba bajo el edredón—. Yo con leyes no puedo ayudarte, pero tienes todo mi apoyo, ¿lo sabes?
—Lo sé, lo sé —Roberto sonrió—. Intentaré que entre en razón.
—¡Claro que sí! Seguro que lo consigues.
—Sí… —No las tenía demasiado consigo—. ¿Dormimos? Son casi las doce.Fernando se terminó de tumbar y le cogió de una mano a Roberto, siempre dormía así.
—Sí… Buenas noches, mi estrella.
—Buenas noches, Fer… ¡tú sí eres una estrella!