08. Elisa y Lorenzo
Ella le robó palomitas, siempre lo hacía y él compraba el tamaño grande para que pudiera hacerlo, fingía que le molestaba y hacía chocar su rodilla contra la de ella, la miraba y se encontraba con su rostro fingidamente molesto. Ella solo sonreía mientras se las comía.
Salieron del cine y Lorenzo la cogió de la mano, por sorpresa, por primera vez.―Elisa, espera ―las mejillas del joven estaban levemente coloradas―. Sé que llevamos dos años siendo amigos, que compartimos apuntes de la carrera y muchas tardes juntos y… no sé, me… gustas.
Elisa pareció sorprendida, ¿cómo podía gustarle a Lorenzo? Si ella misma… Él no sabía nada de su pasado, de lo que la atormentaba, aunque cada día se levantaba convencida de que lo había superado. No, ni Lorenzo ni nadie debería quererla. Ella le soltó la mano.
―No ―le espetó, maldiciendo que todo se hubiese roto de nuevo. No había conseguido intimar nunca con ningún chico; de hecho, era algo que la aterraba y con lo que tenía pesadillas. Hacía tiempo que se había hecho a la idea de que nunca estaría con alguien y, ahora, Lorenzo…
Era un buen chico, pero no sabía nada de ella, de su pasado, de sus pesadillas, de lo que ocultaba detrás de aquella sonrisa alegre y franca. No quería que nadie fuera víctima del infierno que era su cabeza. Incluso a veces se había planteado fingir locura para rehuir al mundo.
―¿No? ―preguntó Lorenzo―, no, ¿qué?
―No puedo gustarte.
―¡Claro que puedes! Y, de hecho…
―No, no puedo gustarte ―Elisa mantenía un tono cortante y vehemente, todas las piezas del puzzle con las que se había reconstruido empezaban a revelar que no estaban realmente donde correspondía y sintió pánico.
Se marchó corriendo y, por supuesto, Lorenzo la persiguió y, sin saberlo, estaba reviviendo algo malo que a ella le había pasado.Llegaron al parque, a oscuras, solos. Hacía frío y Lorenzo le ofreció su chaqueta, sabía que se resfriaba con facilidad y no llevaba demasiado abrigo.
―Toma ―le ofreció―, tranquila. No pasa nada. Seguiremos siendo amigos. ―Lorenzo le sonrió, pero no recibió respuesta de Elisa y no supo qué hacer ni qué añadir. Elisa caminaba de espaldas, el pecho le subía y bajaba con brusquedad, buscaba alejarse de Lorenzo, de cualquiera.
―Déjame ―susurró―. No quiero.
―Elis…
―¡Que te vayas! ―le gritó y, Lorenzo, confundido y sorprendido, volvió a ponerse la chaqueta, dio media vuelta y la dejó sola. Tenía que pensar, tenía que entender qué había pasado… pero nada de aquello tenía sentido para él.
Durante el fin de semana el teléfono no sonó en ninguna ocasión, ni en casa de Elisa ni en la de Lorenzo. El lunes, a medio día, Elisa lo encontró comiendo en la cafetería de la facultad, se armó de valor y se sentó delante de él.
―Lo siento, Lorenzo ―fue lo primero que dijo, luego, rompió a llorar. Él la miraba mientras masticaba, intentando no decir ni hacer nada, por miedo a volver a fastidiar lo que fuera que había fastidiado la otra vez… pero si le ofreció una mano para consolarla, y ella la aceptó.
»No debí tratarte así ―siguió, cuando sus emociones se lo permitieron―, lo siento, de verdad… pero nunca pensé, yo no quiero estar con nadie. Es que yo… hay cosas que no sabes de mi ―Le costaba encontrar las palabras, resultar coherente. La mente de Elisa bullía, era caótica.
―Bueno, Elisa. No te preocupes… podemos seguir siendo amigos, si no quieres nada más, y quiero que sepas puedes contarme cualquier cosa ―Lorenzo tenía una gran sonrisa y se la contagió―. ¿Nos saltamos la clase hoy? Me termino esto y vamos a dar una vuelta.
Elisa aceptó y se mantuvo en silencio hasta que salieron de allí, dirección al parque. Lorenzo respetó su silencio, intuyendo que tenía algo complicado que contarle. Cuando llegaron a la fuente, en medio del parque, Elisa pareció conseguir las fuerzas que necesitaba.
―He intentado quitarme la vida en 3 ocasiones ―le confesó―. La primera, a los 13 años, en verano, después de… ―Miró al cielo y parpadeó―, solo le he contado esto a mi psicóloga y hace mucho ―Una risita nerviosa―. Después de que un hombre me violara durante las vacaciones…
»Las otras dos, a los dieciséis y a los dieciocho, después de pesadillas en las que volvía a verle, a sentirle, a… ―la cara de Elisa se tornó en una mueca de asco, aunque Lorenzo no tuvo claro si por el capullo o hacia ella misma.
Él tenía el gesto grave y sintió impotencia. «Así que, ¿aquello era lo que te mantenía distante? ¿Lo que te hacía huir del afecto de los demás? No puede ser que creas que no mereces ser querida…», pensó él. No pudo evitarlo y la abrazó.
―Elisa… ―le susurró al oído―, no puedo imaginarme lo que fue que te hicieran eso, de verdad, no puedo. Pero sigues siendo igual de hermosa que antes de saberlo y sigo queriéndote igual porque sigues siendo tú. Nadie va a poder cambiar eso.
»Te quiero, porque has sido valiente, y me siento agradecido, porque has compartido conmigo esto; de verdad, no deberías castigarte por culpa de un… Y, tenlo claro, ahora te admiro más, porque sé que la vida te ha obligado a ser demasiado fuerte.