09. Lorenzo y Olivia
―Tuve una gran suerte al conocerte, tuve suerte de poder compartir momentos contigo, de valorarte y saber cómo fue tu pasado. Olivia, eres la mujer que me abrazó cuando mis padres no estaban, era tu forma de preparar los macarrones con tomate, tu sonrisa, tu amor y tu paciencia.
Lorenzo se restregó los ojos, le picaban y los tenía rojizos, como siempre que se metía en aquella habitación de olor almizclado disimulado con desinfectante. Miró a la cama donde su abuela estaba sentada, esperando, no sabía exactamente a qué con la mirada perdida.
Lorenzo sabía que apenas se acordaba de él, pero con un solo segundo que ella le reconociera le bastaba para seguir yendo martes, jueves, sábados y domingos. Cogió la libreta en la que había apuntado con letra redonda y marcada una historia, una que había escrito él sobre ella.
―¿Recuerdas en el pueblo, cuando nos vigilabas a los primos y a mí mientras nos divertíamos en la alberca? Te ponías a hacer rosetas con aquel ovillo de lana blanca que nunca se terminaba. Y te enfadabas cuando te hacíamos perder la cuenta con nuestros gritos…
Lorenzo abrió la libreta, justo por la página en la que había una foto antigua en la que sus primos estaban sentados en corro, ninguno llevaba camiseta, y justo detrás estaba ella, aún joven, aún fuerte. Le quitó el clip a la foto y se la pasó a Olivia.
―¿Recuerdas quiénes son? ―preguntó él, ella negó lentamente mientras se fijaba en la foto.
―No, pero ella es muy guapa. ¿Es tu novia? ―Lorenzo sonrió y negó con la cabeza.
―No, no lo es, pero sí, es muy guapa. Se llama Olivia.
―¡Anda! ¡Cómo yo! ―Olivia estaba entusiasmada.
―Sí… ―Lorenzo miró las notas que tenía escritas en el cuaderno, donde guardaba escritos los recuerdos con ella, de las historias que ella le había contado sobre su juventud; tenía miedo de perderlos, lo que eran ella para él, a saber cuántos se habían perdido antes de tiempo.
―Dime, ¿y qué tal está Lorenzo? ¿Come bien? Se va a quedar pequeño, Juan ―le advirtió Olivia. Lorenzo sonrió y asintió.
―Sí, sí, come bien.
―Ese niño… ¿a quién habrá salido?
―¿A quién va a salir? A mí ―respondió él, como lo hubiese hecho su padre.
Lorenzo inspiró hondo y miró fijamente a su abuela, intentando recordar la última vez que ella había sabido que él era él. Aunque lo entendiera, era duro que le confundiera con su padre, que no recordara quién era; pero es que para ella, él solo tenía 7 años.