13. Diego y Noelia
Diego tenía 14 años cuando se enamoró por segunda vez y, realmente, no sabía cómo gestionar aquel sentimiento, tampoco supo la primera vez; de hecho, entonces solo tenía 4 años y no terminó de descubrir por qué prefería estar con aquella niña de la guardería todo el tiempo.
Según le contó su madre ―él ya no lo recordaba―, aquella niña había sido muy especial: desde que ella había llegado a la guardería, él se preparaba y esperaba impaciente el momento de ir. Con ella había compartido el plato de macarrones, su favorito (nunca lo hizo con nadie más).
Pero ahora tenía 14 años, dentro de 4 meses serían 15, y cada día contaba como un gran hito en aquel camino para convertirse en adulto. Ahora, sabía mucho más, 10 años dan para mucho. Sus compañeros le habían relatado, no solo lo que era el amor descarnado, también el sexo.
Diego comenzaba a sentirlo en sus carnes, conscientemente, por primera vez. Esas ganas de tocar, de experimentar y dejarse llevar por el primer amor… ese que recordaría el resto de su vida con un cariño que ningún otro podría emular. Y que tenía el nombre de Noelia.
Diego era sensible y tenía un carácter romántico muy marcado, le había gustado leer desde que tenía memoria y leía con avidez, la novela romántica se había instalado en él y la empezó a experimentar con sus sentimientos descubiertos, como si del protagonista de una se tratase.
Así que, cuando descubrió que se había enamorado de Noelia, decidió empezar como comenzaba cualquier historia de amor: evitándola. Cada vez que la sentía demasiado cerca, cada vez que ella lo rozaba con su intensa mirada; imbuido por su musa, escribía poemas de amor en su agenda.
Aunque llevaban en la misma clase 3 años, Noelia nunca había hablado más allá de tres palabras con Diego; no entendía por qué siempre era tan esquivo con ella, más cuando veía que era amable y cálido con el resto. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué Diego la despreciaba así?
Aquello había causado en la chica un gran desconcierto y cierto interés en Diego, que pasaba desapercibido para el resto. Ese curso decidió que la relación que tenía con él iba a cambiar, quería conocer a Diego, aunque fuese un verdadero reto convencerle de que la dejara hacerlo.
Noelia fue lista y llegó pronto al aula que le habían asignado a su clase aquel año. Diego siempre se sentaba en primera fila, ella en la última; pero ese curso, eso cambiaría. Noelia se adelantó y se sentó en primera fila, justo delante de la pizarra. Lo que sorprendió al resto.
Diego llegó solo cinco minutos antes de que comenzara la clase y descubrió que su sitio no estaba libre, sí el de al lado. ¡Noelia estaba sentada en su sitio!, ¿por qué? Su corazón se había volcado en pensamientos trágicos y de pánico. ¿Acaso el destino se estaba burlando de él?
Noelia estaba dibujando cuando Diego se sentó a su lado; evitando mirarla, se enfocó en atender su mochila y sacar el material que estrenaría en esa primera clase: el estuche, su agenda…
―Hola ―saludó Noelia, con una gran sonrisa de oreja a oreja―, ¿qué tal el verano?
―Hola ―La sonrisa forzada, evitaba su mirada, esos ojos que lo ponían de los nervios―. Bien, con mi padre en Guadalajara ―respondió y se olvidó de devolver la pregunta, pero ella no iba a rendirse.
―Pues yo me fui a Galicia, con mis padres y mi hermano. La playa, súper fría.
Diego asintió y acarició la agenda, había empezado a imaginar a Noelia en una de esas playas de olas cabreadas, con un bikini que empezaba a sugerir un cuerpo más atractivo, más adulto… tragó saliva y sintió deseos de escribir un poema nuevo, uno que le sonrojaría las mejillas.
Las palabras se descubrían como un torrente en su cabeza y se precipitaban en su pensamiento, urgentes y elocuentes; pero Noelia lo torturaba, no podía mirarla, y ella lo observaba; deseaba arrancarse los sentimientos destilándolos en palabras y no podía porque ella lo observaba.
Decidió levantarse, sin pensarlo demasiado, y se fue a la última fila de la clase. Se sentó en una esquina y abrió la agenda para escribir el primer día. Noelia le había robado el corazón, ahora también la silla, pero Diego nunca permitiría que la musa robase tiempo a su poesía.