14. Noelia y Jorge

Querido Jorge.

Lo sé, hace demasiado tiempo que no sabes de mí, que no me sentaba para escribirte una carta. Supongo que, a estas alturas, te sorprenderá recibirla. ¿Cuánto ha pasado? ¿14 años? Prácticamente, una vida.

La verdad, debo reconocer que escribirte me alegraba y sosegaba, creo que por eso estoy haciéndolo ahora. Supongo que soy egoísta al pensar que todavía tengo ese derecho después de tantos años de silencio.

No sé si esta carta llegará a su destino o en este tiempo te habrás mudado son los riesgos de dar una sorpresa tan anacrónica como esta. Al menos, espero que te haga sonreír y recordar aquellos años en los que estuvimos carteándonos. ¿Te apetecería volver a hacerlo?

Sé que los tiempos han cambiado, que ahora con el móvil no hace falta; de hecho, podría preguntarte por correo electrónico, buscarte en Facebook, probar a llamarte o por WhatsApp en el viejo número que me diste y nunca me atreví a marcar; pero perdería la gracia.

La incertidumbre de saber si mirarás todavía el mismo buzón. Me agarro a la esperanza de saber que tus padres seguirán viviendo en la misma casa y, en algún momento, abrirás esta carta.

¿Sabes? Todavía guardo nuestras cartas en una caja, te confieso que a veces las releo y me entra la nostalgia, quería escribirte, entonces sentía que te lo debía, pero era incapaz. Tenerlas y leerlas me ha ayudado mucho durante estos años, y eso solo te lo debo a ti.

A veces me hubiese gustado que nos conociéramos en persona, tomar un refresco o un café y compartir nuestros pensamientos en directo… pero entonces vivíamos demasiado lejos y, ahora, a saber qué es lo que nos separa. Igual un día voy a Santander, si es que aún vives allí 😉

Espero que estos catorce años te hayan tratado bien, en la última carta que me escribiste no te despedías; realmente, nunca lo hicimos… y la mía ha tardado tanto en llegar, que me pregunto si igual es demasiado tarde para recuperarte.

Pero, al menos, quiero que sepas la razón, por si aún te acuerdas, por si todavía alguna vez te preguntas qué fue de mí o por qué dejé de escribir.Si no te importa, quiero contarte la razón, lo que pasó y… bueno, por qué acabé en silencio, sin darte respuesta ni despedirme.

Tal vez fui demasiado rebelde, sé que hay cosas que nunca llegué a contarte por carta y que, de haberlo hecho, igual hubiese acabado de forma diferente. Más de una vez descarté todo un folio escrito por culpa de una frase demasiado sincera.

Hoy no pretendo que sea así. La última carta que tengo es de cuándo teníamos 14 años. Debo reconocer que mi madre siempre parecía sorprendida de que aquel experimento hubiese durado tanto tiempo.

Tu primera carta es la que más me gusta, también es la más inocente de todas; normal, solo teníamos 7 añitos. Para mí es como un pequeño tesoro, de los mejores recuerdos que guardo de mi infancia.

Bueno, digamos que en 2º de la ESO mis padres me cambiaron de instituto, donde pronto me incorporé a un grupo de chicas que empezaron a bombardearme con información nueva sobre cómo atraer a los chicos, y yo, como una tonta, las escuché maravillada.

Comencé a seguirlos y a hacer todo lo posible para llamar la atención.No lo recuerdo, pero imagino que estas cosas las omitiría en las cartas que te escribía, por miedo a lo que pudieras pensar de mí. Supongo que, aunque lo hiciera, en el fondo me avergonzaba mi comportamiento.

Tal vez ahí radique el problema, ¿no crees? Si te da vergüenza reconocer que haces algo, es que sabes que estás haciéndolo mal y, tal vez, deberías cambiarlo. Eso lo veo ahora, no entonces… Pero bueno, de todo se aprende.Bueno…

Seguía siendo buena alumna y cuando pasé a 3º estaba ya completamente integrada en aquel grupo de chicas, a principios del curso comenzamos a hablar de lo importante que era estar delgadas y de los métodos más comunes para conseguirlo.

Recuerdo que al principio me sorprendió y me generó rechazo la idea, pero estaba ahí y tardé pocos meses en no soportar ver en el espejo mi cuerpo de adolescente.

Un día, hablándolo con Raquel, la que había iniciado el tema en el grupo, me recomendó que, cuando sintiera que me había pasado comiendo, para evitar las consecuencias, vomitara. «Yo lo hago y mira qué cuerpo tengo», me decía. La verdad es que estaba muy delgada.

Caí en las mismas prácticas que Raquel y a los pocos meses estaba en los huesos, había seguido el consejo a rajatabla y, en mi caso, significaba a diario, casi después de cada comida. Me sentía culpable por comer y lo solucionaba vomitando a escondidas.

Mi madre me miraba con cierto recelo, porque veía que estaba adelgazando demasiado y me llevó al médico, no vieron ninguna anomalía. Me preguntaron y mentí, en el fondo sabía que lo que hacía estaba mal y no iba a reconocerlo.

Un día, mi madre me pilló metiéndome los dedos en el baño, fue poco después de recibir tu última carta. Recuerdo su cara de decepción y la bofetada que me dio; en aquel momento, no entendí por qué, pero a día de hoy creo que yo misma me hubiese dado esa bofetada.

Me llevó al médico de nuevo y no me dejó hablar; después, visitas al psicólogo y tratamiento. Me moría de la vergüenza al reconocer que estaba en esa situación y lo oculté todo lo que pude.

Mi madre encontró entonces la excusa para, ya en 4º de la ESO, cambiarme de nuevo de instituto, a uno pionero en educación alimentaria para los alumnos. Y no supe nada más de Raquel ni las otras.

Después de que me pillasen, me vi engullida por demasiadas cosas, y luego estaba la incapacidad de escribirte sobre todo aquello por pavor, me importaba lo que pensases de mí y, sabiéndolo todos en casa, no podía ocultártelo a ti…

Así que, fui dejando «para mañana» escribirte. El mañana se convirtió primero en meses (en ese momento todavía comenzaba a escribir alguna carta que acababa en la basura) y al final en años.

Y ahora me siento estúpida por no haberlo hecho, releyéndote sé que me hubieras apoyado, que hubieses estado conmigo, porque aunque fuera por carta, te habías convertido en mi mejor amigo, incluso podría reconocer que andaba un poco… bueno, hay cosas que es mejor no remover.

Igual un día te confieso la realidad que hay detrás de esta carta, pero eso solo será si decides volverme a abrir la puerta de tu buzón. Por ahora, solo te regalo la razón por la que dejé de escribirte, por si aún te lo preguntas.

No sé si querrás responder a esta carta, ni siquiera tengo claro si la abrirás; pero, si has llegado hasta aquí, si quieres escribirme, miraré con esperanza cada día el buzón, la abriré con ilusión y te leeré con toda la avidez de los años que he pasado sin saber de ti.

Mi nueva dirección la tienes en el sobre.

Te escribe y te leerá siempre que quieras,
Noelia

Un beso :*