15. Jorge y Gracia

Gracia estaba tan ilusionada con la cita que le habían pedido el 14 de febrero, que se sentía como cuando su querido Adrián le había pedido salir por primera vez hacía ya 40 años, cuando solo tenía 14; pero su marido había muerto dos años antes en un accidente de tráfico.

Su hijo, Jorge, siempre insistía en que debía hacer un esfuerzo, rehacer su vida y no encerrarse en casa; todavía era joven. Pero Gracia era escéptica y no creía que fuese capaz de sustituir a Adrián, de encontrar a nadie que la hiciera sentir como él lo había hecho.

Cuando estas dudas se las había planteado por teléfono a su hijo, que ahora vivía en Madrid, él le había respondido que nadie iba a poder sustituir a su padre; insistía en que ella era todavía joven, se conservaba bien y quería verla feliz. Quería que disfrutara de la vida.

Ella le daba la razón. Gracia había sido, desde los 23 años, profesora de danza, lo que le había permitido mantenerse atlética, fuerte y joven. Pocos le hubieran echado más de 40 a sus 54; tal vez fue esa la razón de haber conseguido una cita cuando había salido con sus amigas.

Claro que, ahora que lo pensaba, ¿y si él era mucho más joven? No parecía tener su edad tampoco y, ¿qué pasaría cuando supiera que tenía ya 54? Intentó quitarse los miedos de la cabeza mientras buscaba en el bolso las llaves de la casa, que parecía que se habían escondido bien.

Tuvo que dejar las bolsas en el suelo y rebuscar. Abrió, entró y guardó en la despensa la compra de la semana, más abundante de la habitual; Jorge vendría a pasar el fin de semana con ella. Gracia sospechaba que querría saber cómo había ido la cita que tenía aquella noche.

Se acordó entonces del buzón; con lo cargada que iba no pudo revisarlo en busca de alguna factura, así que volvió a salir. Solo tenía algo de publicidad y una carta, el remitente era Noelia. Primero aquel nombre la extrañó y, luego, miró a quién iba dirigida… y la recordó.

Se sorprendió y fue corriendo al teléfono.Marcó el número fijo de Jorge, que no se lo cogió. Miró el reloj, justo las 16:00 h, Jorge acababa de salir de casa, seguro. Lo llamó al móvil y respondió.

―Hola, mamá. ¿Ha pasado algo?

―No, no, no te preocupes… ¿has salido?

―No, todavía. Estaba a punto, tengo que recoger un encargo nuevo.

―¡Ah! Bueno, verás, no es nada urgente, pero imaginé que querrías saberlo.

―¿Qué pasa, mamá? Qué no podía esperar hasta esta noche.

―Te ha llegado una carta.

―¿Una carta? ¿Allí?

―Sí, de Noelia. Tu amiga por carta…

―¿En serio? A estas alturas… ―Jorge pensó en que había sido oportuna, que iría a Santander mañana y podría leerla, pero quería hacerlo ya, quería saber qué ponía―. Mamá, ¿podrías leérmela?

―Vale. Bien. Espera que la abro…

Gracia comenzó a leer el contenido de la carta de Noelia en alto y lentamente, tal como hubiese hecho Jorge; no hizo ningún comentario, solo se limitó a leer el contenido sin opinar y, cuando finalizó, esperó y escuchó cómo Jorge tomaba aire.

―¿Desde dónde la envía?

―Madrid.

―Vale… ¿me das la dirección?

―Gracia le dictó la dirección a Jorge, añadió que le resultaba familiar y él se echó a reír―. Claro, mamá, es que parece que es vecina mía… mamá…

―Sí, hablamos luego. Un beso.

Las casualidades y el mundo a veces tenían un humor extraño.

Jorge colgó y se miró en el espejo, no iba perfecto, pero no tenía tiempo para arreglarse. El corazón le iba a mil. ¿Cómo no se había dado cuenta de que Noelia estaba tan cerca?, solo dos pisos por debajo de él.

Se sintió un poco estúpido por no haberla reconocido. Aunque es difícil reconocer a alguien a quien solo conoces por sus trazos sobre el papel. En todo el tiempo que pasaron enviándose cartas, nunca se coló una foto en el sobre, solo pensamientos.

Salió de casa con las llaves apretadas en la mano, llamó al ascensor, pero tardaba demasiado, así que decidió bajar hasta el primer piso por las escaleras. Hizo el amago de llamar a su puerta y dudó. ¿Era ese piso? ¿Era ella? ¿Era posible? Tal vez… Debía comprobarlo.

Se dio la vuelta y bajó hasta el buzón, buscó su nombre en el piso que le correspondía… sí, era ella. Su nombre, sus apellidos… volvió a subir las escaleras hasta el primer piso, esta vez a zancadas. Se plantó delante de la puerta y respiró hondo. «¡Vamos, Jorge!», pensó.

Tocó, con dos toques suaves de los nudillos sobre la madera caoba, y contuvo la respiración. Aquellos segundos se le hicieron eternos, también sintió cómo su corazón iba mucho más lento. El tiempo no pasaba.

Ruidos suaves al otro lado, una llave abriendo una cerradura y un clic.

La puerta se abrió y Noelia estaba al otro lado, sí que era ella.

―Hola, Noelia ―le dijo con una sonrisa en los labios―, recibí tu carta… bueno, mi madre. Mañana me voy a Santander a pasar el fin de semana… dijiste que te gustaría ir, bien, ¿te vienes?