21. Valentín y Sara
Las personas no cambian, la vida cambia a las personas y, a veces, da segundas oportunidades a quien está dispuesto a que la experiencia le afecte. Esto, Valentín, lo aprendió una tarde, en Madrid, a los 58 años, durante un trayecto de tren.
Sara se había sentado justo delante de él, en un vagón cualquiera. Era una chica joven, no debía tener más de 20 años, y trataba de disimular con el flequillo unos ojos hinchados de llanto. Se mordía las uñas mientras fijaba la vista en su propio reflejo sobre el cristal oscuro.
Valentín, al principio, hizo lo que había hecho toda su vida, miró para otro lado; luego, se enterró en la pantalla de su móvil, tremendamente incómodo, aunque en su cabeza bullía la curiosidad de saber por qué había llorado la desconocida.
Sara tembló un segundo mientras se le tensaba la garganta y un murmullo contenido hizo que Valentín la mirara. Dudó, quería mantenerse al margen, no quería entrometerse, no le parecía adecuado.
—A nadie parece importarle, ¿no? Todos demasiado enfocados en una pantalla en vez de…
Sara no le miró, le había ignorado, igual deliberadamente por haber aprendido que no debía hablar con desconocidos. Cada cual a lo suyo, la empatía solo se demuestra a quien estás dispuesto a dar un abrazo habitualmente.Valentín insistió, aunque no se sintió cómodo haciéndolo.
—¿Estás bien? —Sara movió la mirada para verle a través del espejo y, luego, bajó la cabeza—. No pasa nada, todos lloramos de vez en cuando.Sara insistió en mantener la vista en sus propias rodillas, tratando de mantenerse alejada del contacto humano que le estaban ofreciendo.
—Lo siento —se disculpó Valentín, entendiendo que igual la había incomodado—, no pretendo incordiarte, es solo que… no sé… Tengo la sensación de que el mundo está mal hecho y a veces ocurren cosas que hacen que quieras cambiarlo, ¿sabes? Como la razón de que estés triste.
»El mes pasado enterré a mi hijo, un buen chico… y al verte me recordaste a él un poco —le confesó él, tratando de que ella lo comprendiera—; solía hacerse el fuerte, ocultar las lágrimas y fingir que todo estaba bien. Tuve mucha culpa en eso y me arrepiento de tantas cosas…
Sara levantó la vista, parecía que le costaba mantenerle la mirada, pero Valentín agradeció el esfuerzo y le regaló una sonrisa. Los ojos grandes y marrones de Sara estaban llenos de pena y Valentín se preguntó si había llegado demasiado lejos sincerándose con una desconocida.
—Siento lo de tu hijo —pronunció, con un hilo de voz, Sara—. Yo… mi nombre es Sara. Mi… mi hermano está en el hospital. Terminal. Y, bueno, cada día es más duro y las noticias de hoy no han sido demasiado buenas.
—Vaya, cuánto lo siento. Estas situaciones son muy difíciles —Valentín se había dado cuenta de que no sabía cómo consolarla ni qué otra cosa podía decirle, así que él también desvió la mirada.
—Lo son, pero al menos hace que valore cada segundo que paso con él. Antes no lo hacía —le confesó ella mientras volvía a mirar por la ventana—. Creo que cuando no esté, voy a sentirme muy perdida.
—¿Estás muy unida a él?
Sara sonrió, solo un instante, pero se le iluminó la mirada y pareció alegre, igual por algún recuerdo concreto.
—Sí, prácticamente me crió él. Tiene 12 años más que yo y, bueno, me cuidaba todas las tardes mientras mis padres trabajaban, jugaba conmigo y me ha enseñado mucho…
Valentín asintió y miró a su alrededor.
—Un vínculo muy estrecho, sin duda. Te envidio, Sara, ojalá yo hubiese tenido un vínculo así con mi hijo, pero fallé.
—No diga eso, seguro que tu hijo te quería —dijo Sara. Valentín cerró un momento los ojos y sonrió, su sonrisa era amarga.
—No, lo dudo… no fui un buen padre para él. En fin, Sara, cuida de tu hermano como él te ha cuidado a ti y disfruta del tiempo que os quede juntos. Mucha suerte y trata de sonreír más, seguro que tu hermano te prefiere alegre. Yo me bajo aquí, es mi parada.
—Gracias —Sara fue sincera, no esperaba sentirse mejor, menos en un rutinario trayecto de tren, pero sentía que el peso del pecho era menor—. No me has dicho tu nombre.—Bueno, no importa. Cuídate mucho.Se levantó y, en el pasillo del vagón, esperó a que se abrieran las puertas.
Lo último que vio Valentín antes de apearse fue la sonrisa de una jovencita muy fuerte que ahora sabía que se llamaba Sara.