24. Verónica y Úrsula
Verónica abrió los ojos, los párpados pesaban y luchaban por contravenir la orden. Había demasiada claridad y aún no estaban preparados; finalmente, rendidos, dejaron pasar la luz de una mañana demasiado avanzada de domingo.
El aire era espeso, olía diferente, la luz que filtraba la persiana entraba con demasiado entusiasmo. El tacto de las sábanas era más áspero que el de las suyas y el colchón más duro. Le dolía un poco la espalda.
Aún medio dormida se giró, incapaz de dejar de parpadear, la luz todavía era demasiado molesta. No pensaba con claridad. Descubrió a su lado a un desconocido, probablemente, el dueño de aquella cama. Contuvo la respiración y abrió los ojos como platos, la luz dejó de molestar.
«¡Qué cojones!», pensó mientras su cabeza se despertaba de golpe, alerta. Vale, ya lo recordaba. Anoche había salido con un par de amigas, había que celebrar que fuese doctora y… ¡Qué cojones!… Nerviosa, pero tranquila por haberse ubicado; también estaba excitada y avergonzada.
Se incorporó, por suerte, él todavía dormía.
«¿Cómo me había dicho que se llamaba?», se preguntó.
A Verónica le importó poco, era un dato irrelevante. Ahora, lo razonable, lo importante, era salir de allí cuanto antes, mejor si lo hacía antes de que se despertara.
No estaba acostumbrada a amanecer en casa de extraños. Tenía poca intención de desayunar con él, fingiendo una sonrisa y estar encantada con una situación que la incomodaba sobradamente. «Yo no soy así», se trataba de convencer, como si hubiese hecho algo malo, alto terrible.
Se levantó con cuidado y buscó su ropa interior, descubrió las bragas sobre el teclado del ordenador, ¿cómo había acabado allí? El sujetador y el resto de su ropa estaban en el suelo.
Se vistió y se peinó con los dedos. Cogió el bolso y comprobó que dentro estaba su móvil.
Abrió la puerta de la habitación y salió de puntillas, con los tacones en la mano para evitar hacer ruido
—¡Por fin te levantas! Anoche llegaste tarde, no te oí llegar… Tú no eres Raúl —la recibió, sorprendida, el saludo de aquella chica de ojos grandes, todavía en pijama.
Verónica se quedó helada. ¿Raúl tenía novia? Cómo podía haber… se sintió estúpida.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó, recuperada de la sorpresa y con naturalidad. Verónica se mantuvo en silencio y la otra pareció entenderla—. ¡Oh! —Una risita divertida acompañó a su exclamación.
Luego le restó importancia a la situación.
—No te confundas, Raúl es solo mi compañero de piso.
Verónica se sintió aliviada, lo último que quería era meterse en medio de una pareja.
—Verónica.
—Úrsula —respondió. El nombre arcaico la sorprendió, no tenía pinta de «Úrsula»—. Horrible, ¿verdad? Mis padres tenían un sentido del humor inmenso. Todos me llaman Ur.
Verónica solo acertó a sonreír mientras se colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja. Levantó las cejas y se encogió de hombros.
—Yo… bueno, mejor me voy. No es… propio… y creo que es…
—Oye, tranquila, todas hemos hecho tonterías, lo importante es disfrutarlas. Son las golosinas de la vida —dijo Ur, divertida—. Además, eres el primer ligue de Raúl en… no sé, llevo casi un año con él y nunca ha traído a nadie. Comenzaba a creer que yo era el «chico» de la casa.
Verónica estaba confusa. Ur estaba en el sofá, con el portátil sobre las piernas.
—Ya… solo ha sido…
—¡Que no te preocupes, mujer! Mira, normalmente salen de mi habitación, aunque con menos vergüenza encima. ¿Es tu primera vez o qué? ¡Relájate y disfruta! ¿Quieres desayunar?
Ur era de carácter risueño, tremendamente desenfadado y libertino; justo al contrario que la metódica Verónica.
Se levantó y dejó el portátil a un lado, Verónica vio la pantalla en blanco, un documento del procesador de textos y nada más. El gesto no pasó desapercibido a Úrsula.
—Escribía —le aclaró—. Un maldito ensayo para una clase de Literatura comparada, muy aburrido. Me pregunto por qué elegí torturarme así, ¿seré masoquista? —bromeó Úrusula dirigiéndose a la cocina—. Ven, ¿qué sueles desayunar? —Verónica la siguió.
—No te molestes, mejor me voy…
—¿Sin desayunar? No me hagas el feo, ¡venga! Siempre espero a Raúl para desayunar, era mi condición para vivir con él. No me gusta hacerlo sola y tengo hambre desde hace rato, así que…
«Es… rara», pensó Verónica y se relajó. No había conocido a nadie así.
—Está bien. ¿Café?
—¿Galletas? ¿Tostadas? Solo tenemos leche de almendras. Intolerantes a la lactosa —le informó Ur—, ¿algún problema?
—No. Gracias. Está bien así… Galletas —dijo Verónica, tampoco quería causar demasiadas molestias y unas galletas serían más fáciles de preparar.
—¡Estupendo! Las hice ayer, son de avena con pepitas de chocolate.Cogió un tarro y lo dejó en la mesa mientras calentaba la leche y ponía en marcha la cafetera.
—¡Vaya! Tienen buena pinta —le dijo Verónica, sorprendida.
A Verónica la cocina nunca se le había dado bien y ahora se sentía un poco contrariada, pidió galletas porque era más cómodo para la anfitriona, pero si las había hecho ella…
Se sentía como un estorbo, completamente perdida fuera del esquema en el que había encajonado su vida.
—Cuanto mejor pinta tengan, antes se acabarán —respondió Úrsula mientras terminaba de preparar el café y calentar la leche—. ¿Azúcar? En realidad, con la leche de almendra no hace falta, pero…
—No, no suelo tomar. Gracias.
Úrsula asintió y terminó de preparar las dos tazas, le pasó una y se sentó delante de ella. La observaba, como intentando averiguar algún detalle, algún secreto, lo que a Verónica la incomodó solo un momento.
—¿A qué te dedicas? —preguntó Úrsula, disfrutaba del aroma de su café.
—Bueno, acabo de terminar un doctorado y ahora mismo no sé…
—¡Joder! ¿Una doctora? Raúl tiene buen ojo. ¿En qué?
—Sí, bueno… a ver, he hecho un estudio sobre… —se quedó pensativa, se preguntó cómo podría explicarle en lo que había estado trabajando sin que pareciese pedante.
—He estado estudiando el comportamiento de la luz y cómo se comporta según los materiales que la reflejan y los gases que se encuentra en su camino hacia el receptor.
—¿Para qué? —preguntó Úrsula, fascinada.
—Bueno, en Astronomía puede ser útil para…
El sonido de la puerta de la habitación las distrajo, ninguna de las dos había comenzado a desayunar cuando Raúl apareció de improviso en el salón, en calzoncillos, lo que a Verónica le hizo saltar los colores de las mejillas y a Ur… bueno, ella estaba demasiado acostumbrada.
—¡Buenos días! ¡Mira! Te he buscado una gran sustituta para el desayuno, me estaba hablando de su tesis doctoral… ¡Dime que la invitarás más a menudo! —saludó Úrsula a Raúl, con un entusiasmo que rozaba la incomodidad.
«Muy típico de Ur», pensó Raúl.
Raúl estaba acostumbrado a los descaros de Úrsula; por supuesto, pero eso no evitó que se sonrojara al cruzar la mirada con Verónica.
—Tal para cual. Lo que una noche loca ha unido que no lo separe… —Úrsula se rió, traviesa, se llevó la taza a los labios y bebió por primera vez.