Vuelve a Arreit • Vuelve a la creación

No, Nietzsche, Dios Gus no ha muerto

Año 2051, Tierra

La sala era diáfana y maravillosa, tan inmensa que el horizonte no alcanzaba a ver paredes. Se podría caminar un eón de kilómetros en línea recta y morir antes de llegar a descubrir la forma del contenedor de aquel universo de imágenes flotantes que se movían e interactuaban, girando y cambiando. Aquel lugar era inconcebible para cualquier ser no divino, pero había sido el último capricho de Dios, o Gus (como le gustaba llamarse). De todas aquellas imágenes, las que más cotilleaba eran las que correspondían a los mundos condimentados con un extra de vida. Hacía tiempo que había descuidado el mantenimiento preventivo de la sala y no se enteró de la alerta de hackeo, tampoco del error crítico que, al forzar la ejecución, acabó con imágenes solapadas.

Cada eternidad dentro de la existencia de Gus comenzaba siempre con el mismo ritual: desayunar. A veces, la alarma se olvidaba de sonar y no se despertaba cuando él deseaba. Podía hacer retroceder el tiempo a su gusto, pero no le gustaban esos arreglos. Gus siempre estaba de mal humor hasta que se tomaba su primer tazón de estrellas, que procuraba combinar adecuadamente para que el sabor fuera siempre diferente. Tenía una lista con las combinaciones que había ido tomando a lo largo de la existencia.

Se acercó al dispensador de estrellas y empezó a seleccionar el porcentaje de las que aquella eternidad le apetecían. Bufó y refunfuñó, era todo tan arcaico y analógico. Pensó en crear un servicio de atención al divino para quejarse y que crearan un sistema más sencillo. Luego recordó que él era el servicio de atención al divino y, aunque con otras responsabilidades lo había conseguido, aquella no podía delegarla.

—Necesito mis soles ya —determinó—. A ver, me apetece un poquito de Sextans A, mezclado con Magallanes y Ojo negro—. Echó un ojo a la lista y descubrió que aquella combinación ya la había probado hacía 90 eternidades. Se maldijo y miró la lista de galaxias, indeciso—. Vale, venga, topping de Vía Láctea.

Todos los divinos —él— sabían que primero había que echar las estrellas y ya, luego, las nebulosas y nubes de electrones. Finalmente, la guinda, el topping. Nunca al revés. Pulsó el botón después de colocar el tazón en el expendedor.

Los agujeros negros extrajeron las proporciones correctas de estrellas; el proceso a Gus se le hizo eterno. El marcador de tiempo se quedó colgado en 111 111 000 nanosegundos. Cuando iba a añadir el topping, la máquina avisó de un error.

Definitivamente, Gus tenía que crear una atención al divino. Después de darle unos golpecitos al dispensador y ver que eso no lo solucionaba, con todo el esfuerzo de unos cuantos universos, fue a la sala de control y se puso a buscar en el registro.

La Vía Láctea era una a las que le había puesto extra de vida y sabía que esas galaxias a veces tenían problemas de contaminación, así que fue directamente a ella.

Gus estaba muy seguro de que su dispensador estaba bien y de que era imposible que los aderezos de su eterniyuno fuesen capaces de descifrar el sentido de la vida —y cómo estaba hecha—, así que se sorprendió cuando descubrió que en torno a la estrella Sol orbitaba un planeta más. Gus observó las imágenes que se solapaban. El aderezo había atascado la máquina.

Gus no tenía claro si aquello lo maravillaba o molestaba. Él quería tomarse sus estrellas con tranquilidad, para volver a sentirse divino, y ahora tenía que averiguar cómo la vida había hackeado el código de Dios. Desactivó la imagen de control de la Tierra, le molestaba la ruptura de la armonía de la sala de control. Además, no tenía claro si el error podía propagarse.

Salió de allí y bajó —o subió—… en realidad, el espacio era el que se movía, no él, Gus siempre estaba en el mismo sitio. La sala de control se expulsó de Gus. El universo 20 se movió en el almacén hasta que Gus estuvo en el lugar que quería del vórtice.

Puede que os parezca inconcebible: la gran espiral de galaxias gira en torno a un sumidero por el que se desechan las que están ya caducadas, mientras que las nuevas se mueven dando vueltas alrededor del sumidero, creando hilos de galaxias que se mueven a diferentes velocidades y hacen recorridos más largos o cortos según la fecha de caducidad. La Vía Láctea era bastante joven y todavía tenía la fragancia de los primeros 10 000 000 000 000 000 años (humanos). El Sol fue hasta Gus. El planeta que tenía el aderezo había generado un gemelo en la misma órbita que no debía estar ahí.

—¡Qué coño! ¿No tuvieron bastante la otra vez? ¡Quería desayunar en paz! —Gus inspiró e inspeccionó el planeta más deteriorado y se apostó a que era el original (los humanos son un aderezo arenoso y ácido, aunque todavía quedaba un poco para que el planeta estuviese en su punto justo). El planeta gemelo también tenía vida.

Tras la visita a la Tierra, en la que comprobó un retraso en la evolución del estado atmosférico ideal, se dirigió a lo que averiguaría que era Arreit.

Gus arreitizó justo en el momento en el que cercaron mágicamente al planeta y lo hicieron invisible en el universo. Quedó atrapado en el aderezo. Cuando intentó salir, descubrió que el planeta no se alejaba de él como era su voluntad. Trató de mover el tiempo, pero tampoco funcionó.

Al activarse el velo, el dispensador detectó que el error se había solucionado y comenzó a echar unas cuantas estrellas al tazón de Gus. El contador llegó a cero nanosegundos y la máquina vibró. El eterniyuno estaba listo. Ni Arreit ni la Tierra estaban en su punto para formar parte de él.

Vuelve a Arreit