Viejos comienzos
Quien me iba a decir que una de las decisiones que tomaría este 2025 sería volver a escribir, pero tal como se hacía poco después del efecto 2000. Podría ser quizás un ramalazo de nostalgia por aquello que viví en mi adolescencia y el boom de los blogs; cuando leer lo que otros escribían requería un esfuerzo consciente y cierto grado de concentración. No había scroll infinito y tenías que armarte de paciencia para que los datos se descargaran y formaran una imagen o un texto a un clic.
Ojalá pudiera permitirme romantizar esta decisión y decir que es una cuestión de nostalgia y no de coherencia y salud mental. Aparte, por supuesto, del hecho de que me apetece volver a compartir contenido, sin las restricciones y los miedos que vas desarrollando por los juicios de los demás, y que van haciéndote dudar. Esos «mejor me callo» que ahora me pesan y que me han inculcado desde pequeña. Puede que en un futuro, si volvemos al pasado al que le tocó vivir a mi abuela, su consejo me vuelva a servir. «Escucha, sonríe y no opines», tristemente no recuerdo sus palabras exactas, pero en esencia, esto era. Como el futuro parece extraño o predicho por una novela distópica que hace unos años tacharíamos de demasiado exagerada —siempre se dice que la realidad supera a la ficción, y ojalá no lo hiciera—, voy a aprovechar a decir las cosas, porque todavía puedo.
Vuelvo a los métodos de antaño porque es más directo, requiere que las personas presten atención y no soy de dar mensajes fáciles de digerir. Quiero pensar que todavía quedan bastiones, que son una legión silenciosa en la que queda comprensión lectora y espíritu crítico. Me preocupa que no se esté trabajando en los jóvenes este tipo de capacidades; pero tampoco se puede luchar contra la inercia, al final, el cerebro busca lo simple —más cuando vivimos en un entorno complejo—. Vuelvo aquí, al formato blog y a probar con el formato newsletter —aunque siempre me ha parecido algo invasivo, pero bueno… al menos es un tipo de comunicación que controlamos mejor y que está libre de algoritmos—.
Resulta curioso que siempre me haya gustado la tecnología, que siempre haya sentido curiosidad por los avances. No sé dónde vamos a ir a parar, esto daría para una reflexión más profunda que ahora mismo no estoy en condiciones —por las horas— de hacer. Y que hace solo cuatro años me resultara maravilloso a la vez que peligroso probar GPT-3, por el futuro que proyectaba y al que parece que no nos importa demasiado ir. No nos importa o no nos queda otro remedio que aceptar. Al final, ¿cuál es el camino de los que no tienen la voz lo suficientemente fuerte como para mover a la masa?